Disclaimer: La serie de Nauro y los personajes son propiedad de Masashi Kishimoto, los OC son me pertenecen… algunos no, pero da igual, Kishi no vendrá al foro a demandarme.
Advertencias: OoC bestial y la siempre amada ortografía ;D
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Inminente.
Desde el momento en que la vio por primera vez, tras ver esos profundos ojos oscuros como la noche, lo decidió. Ella se convertiría en una artista justo como él. Nada de sharingan, nada de genjutsus, sólo heredaría su amor por el verdadero arte.
Pero muy a pesar de que su línea hereditaria no hubiese sido la ganadora y en su lugar aquellos horribles ojos fueron los vencedores, de alguna forma, si eran en ella… haría todo lo posible por aceptarlos. Justo como lo hizo antes*.
Miró al hombre de cabello azabache dedicarle una divertida sonrisa, como si fuera capaz de leer sus pensamientos. Bajó la vista enfocando a la pequeña mini persona activando el sharingan. Ella bostezó apunto de ceder ante el sueño.
—Tiene unos ojos preciosos, ¿no te parece?
Deidara fortificó el agarre llevándose a la pequeña hasta su pecho. Bastardo, no lograría hacerlo enfadar tan fácilmente.
—Supongo que algo debía parecerse a ti, uhn.—respondió mordaz, pasando una de sus manos sobre los cortos mechones rubios de la recién nacida. Madara rió suavemente al tiempo en que se inclinaba sobre la camilla y colocaba su rostro a la orilla de esta. El rojo se desvaneció luego de un rato.
—…Si hubiese tenido más parecido conmigo no creo que pudiese haberla amado—dijo con absoluta seriedad ante el rostro descompuesto del menor y sonriendo agregó—. Qué problema habría sido.
Cuando estuvo por replicar, sintiéndose ofendido ante tan cruel comentario, el Uchiha soltó la risotada.
—Afortunadamente—comentó aminorando la curvatura de sus labios—, el cabello rubio le ofrece una gran ventaja para conseguir mi afecto como padre.
—¡Tú, bastar…!
La frase inconclusa quedó suspendida en el aire como resultado de un sorpresivo y gentil beso. La manera más afectiva para hacerlo callar siempre sería esa. El Uchiha sonrió de medio lado contemplando el delicado rubor del menor.
—Maeko—pronunció colocando su índice sobre los labios contrarios—. Es un buen nombre, me agrada.
El rubio frunció el ceño, alejando con rudeza la mano del Uchiha. Odiaba cuando hacía eso. Además, ¿quién le daba el derecho de elegir el nombre así como así y sin consultarlo? Chasqueó la lengua recordando aquello otro que Madara olvidó mencionarle y que empleó sobre él sin su consentimiento. Si bien ya era muy tarde para reprocharle, aun estaba a tiempo de tomar las riendas en este asunto.
Y si era posible, golpearlo…
… pero francamente, con ese estúpido jutsu tratar de asestarle un golpe era como querer golpear a un fantasma.
Tomó aire al tiempo en que cerraba los ojos. Al minuto, con tono calmado pronunció.
—Hana, uhn.
Madara elevó una ceja centrando su mirada en él. Ah~, si alguien le hubiera dicho que Deidara podía lucir más *
beep* que de costumbre con ese sonrojo al tiempo en que acunaba a su hija entre sus brazos… probablemente le habría arrancado los ojos.
Deidara sintió de nuevo esa sensación peligrosa que hacía alusión al ex fundador. Justo como si un animal salvaje fuese a tirársele encima.
—¿Estás escuchando, uhn?—cuestionó enarcando una ceja. Los orbes negros destellaron con un ápice de maldad en ellos. ¡Oh por todos los cielos! Mejor que fuera parte de su imaginación o la fatiga.
Esa mirada... mordió el interior de su labio. Bien, en tanto no estuviera acompañada de ese otro gesto…
Hubo un corto silencio entre ambos que finalmente fue desquebrajado por el rubio tras ver la tan conocida sonrisa bastarda en los labios de su amante. Esa que podía significar mil cosas y sólo una.
—¡De ningún modo, uhn!—refutó ligeramente ruborizado en un susurro. La pequeña se removió entre sus brazos—¡¿Tú, pervertido en qué estás pensando?!
El azabache se guardó una risita, haciéndose el desentendido. Se obligó a concentrarse en lo antes dicho por el adorable rubio. Hana era lindo también pero… bueno, conseguir ese jutsu fue realmente complicado, así que al menos no estaría mal que la decisión de darle un nombre a la pequeña le perteneciera a él.
—¡Oh! Ya veo, así que ya tenías un nombre para Maeko—Madara estiró un brazo, acariciando con los dedos las redondas mejillas del bebe—. Eso está muy bien, justo como una madre.
Esa última palabra hizo eco dentro de Deidara. Y la idea de realizar un c4 allí mismo sonó bastante bien.
*Seis años después*Se colocó la particular horguilla sobre ese mechón rebelde que gustaba de interferir en su visión, haciéndolo hacia la derecha.
—Papá —llamó mirándolo de reojo. Deidara apartó la vista de su lectura para enfocarse en la pequeña rubia sentada sobre el sofá, que terminaba de alistar sus libros—… ¿amas mucho a padre?
Se mantuvo en silencio esperando haber escuchado mal pero la brillante mirada de la rubia confirmó su buena audición.
—… ¿Q-qué, uhn?
Maeko sonrió con dulzura.
—¿Qué tanto es mucho?—preguntó cerrando su mochila. Poco después se la colocó encaminándose hacia el ex terrorista—¿Hasta el cielo o la luna?
El de ojos azules abrió la boca esperando algo bueno saliera de ella, sin embargo tras unos segundos, ni el más mínimo sonido asomó. Maeko tomó asiento a su lado, esperando aun una respuesta. El rubio la miró perplejo. ¿A qué venía todo esto? La oscura mirada de la pequeña, tan similar a la de su padre le hizo sentir un leve escalofrío.
Finalmente, fuera de su interés nato por el arte, la fuerte insistencia por aprender a usar la arcilla explosiva y su rubio cabello, no había algún otro parecido con él. Los ojos, las expresiones, su comportamiento, de alguna forma retorcida eran bastante parecidas a las del Uchiha mayor.
La heredera del sharingan volvió a hablar, cambiando drásticamente el tema. Aunque siempre era agradable ver las reacciones de su madre cuando la charla giraba en torno al mayor.
—Ésta noche la ‘mamá’ de Kinyami estará fuera, así que me preguntaba si podría ir a dormir a su…
Ah~, así que de eso se trataba. Deidara cerró el pequeño libro. Maeko se detuvo, fijando sus negras orbes en las azules de su progenitor. Pronto, reconoció aquella mirada, era la antecesora a la tan detestable…
—No, uhn.
…Negativa respuesta sin fundamento. La pequeña mantuvo la sonrisa y reformuló la pregunta. Estaba vez no le resultaría tan fácil hacerla desistir.
—Entonces, ¿puedo ir a pasar unas horas a la casa de Kinyami?
—No—dijo de nuevo frunciendo el entrecejo. La rubia lo miró desencantada—. Se hace tarde, ve rápido a la academia, uhn.
Hizo un mohín desdeñoso. No era justo, no, no y no. ¿Por qué nunca le permitía visitar a Kinyami? Ya sabía ella que era algo… diferente. ¡Pero era una buena chica! ¡Y el señor bum-bump chan era la cosa más tierna y dulce que había conocido! Independientemente de que fuera una extraña masa de cables que tenía por rostro una extraña máscara rota.
—Padre no diría que no…—refunfuñó yéndose.
Cuando al fin cruzó la puerta tras colocarse las sandalias shinobis, Deidara suspiró como si fuera lo último que haría en su vida. Maldición… ¿por qué tuvo que aceptar?*
La silla del comedor crujió, volteó. Madara se encontraba allí, mirándolo con una sonrisa despreocupada.
—Si algo sale mal yo…—pero antes de poder finalizar su amenaza fue interrumpido por este segundo.
—Es una Uchiha. Estará bien.
Deidara empuñó las manos.
… malditos prepotentes. ¡¿Cómo rayos terminó con uno de ellos?!
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—“… La cuarta guerra ninja se disuelve al poco tiempo de haber comenzado, dejando casi ningún rastro y la tregua de las aldeas finaliza, regresando a los acuerdos establecidos antes del incidente.”—finalizó la lectura antes de escribir en la pizarra la frase, lluvia de preguntas.
—¡Ritsuko-sensei!—levantó la mano uno de los alumnos. Ella le dio la palabra—¿Por qué se dice cuarta guerra ninja cuando no la hubo en realidad?
—¡Sí sensei!, ¿por qué?
La mujer tomó asiento tranquilamente antes de responder, sintiéndose satisfecha por la curiosidad de los pequeños.
—En cuanto a cuales fueron los motivos o por qué se declaró la guerra son detalles vagos. No hay muchos antecedentes sobre ello. Pero Konoha fue la responsable en mayor parte de la disolución de ésta.
Maeko paró de tomar notas y levantó su mano, formando parte de la conversación. A su parecer, lo que decía Ritsuko carecía de sentido. Podría tener seis años, pero cuando algo no tenía sentido, sencillamente no tenía.
—Pero los libros dicen que las cinco grandes naciones se aliaron pero el ataque nunca llegó. No llegó sensei—entrecerró los ojos acusadoramente— y eso ocurrió hace siete años, ¿cómo no puede existir información exacta?
—Y ¿qué hay de los mercenarios?—preguntó Hitoshi, uno de los más populares entre las niñas— ¿Murieron todos?
—Es verdad, ¿qué pasó con esa organización? ¿Realmente ya no existe?
Otro chico preguntó desde los asientos traseros.
—¿En verdad eran mercenarios ninjas?
A lo lejos se escucharon varios comentarios sobre esto último.
Una vez más, Maeko cuestionó la veracidad de la historia.
—¿Pero por qué Sensei? ¿Por qué si fue hace sólo siete años?
La castaña se puso de pie haciendo un ademán para que guardaran silencio y cerró la puerta del aula. Los niños la miraron sorprendidos ante tal seriedad y pronto comenzaron a murmurar entre ellos. Ritsuko–sensei nuevamente tomó asiento en su escritorio e inhalo profundo.
—La cuarta guerra ninja—comenzó—, es uno de los acontecimientos históricos que se ha cubierto con un gran velo. Provocando un sin fin de incógnitas.
Maeko parpadeó ligeramente sorprendida. ¿Un velo? Entonces eso quería decir que… ¿estaban ocultando la verdad? Escuchó una risita mientras la mujer hablaba y volteó. Kinyami cubrió su boca evitando reír de nuevo, como si estuviera mofándose del resto del mundo, incluso de ella, fijó su violácea mirada en la suya y al cabo de unos segundos comenzó a dibujar sobre el libro de historia con un crayón rojo intenso sin parar de sonreír.
—Kin…
Apretó los labios volviendo la vista al frente sin escuchar el resto de la clase. ¿De qué se estaba perdiendo?
El timbre sonó anunciando el descanso. Los niños corrieron aprisa, unos pocos se acercaron a la profesora para hablar un poco más sobre el tema casi tabú. Maeko bajó los escalones lentamente. ¿Por qué no dejaba de sentir que algo no encajaba? Suspiró. ¿Y por qué ese algo era precisamente ella? siendo alcanzada en ese instante por la de cabello platinado.
—Maeko-chan—rió con una dulzura escalofriante— ¿quieres almorzar conmigo?
—¿Por qué reías?—preguntó sin rodeos.
Kinyami la tomó de la mano.
—La historia de la cuarta guerra es tonta.—afirmó invitándola a caminar. Maeko la observó por un instante. De algún modo la respuesta no consiguió satisfacerla. Llegó a pensar que tal vez no se había peinado bien o su rostro estaba manchado con cocoa dado que Kinyami continuaba sonriendo así. Torció la boca. Quizás esa era la clase de sonrisa de la que solía hablar su papá y tanto -aparentemente- detestaba. Hizo memoria, ¿cómo era que le llamaba?
[¿Sonrisa bastarda?]
Ah, claro.
—¿Eh? ¿Qué sucede? ¿No quieres?
La dulce risita al final cargada con un ligero toque creppy alcanzó a la rubia. Los ojos violetas y esa expresión preocupada oculta tras la ahora fingida sonrisa la hicieron acceder finalmente. ¿Qué más daba lo que significara su extraña actitud? Tal vez sólo había dado rienda suelta a su activa imaginación. De las dos, Kinyami era la más lista, bonita y fuerte. No tenía la necesidad de burlarse. La miró de nuevo mientras caminaban tomadas de la mano. Sonrió. No, mientras la sujetaba de la mano. Definitivamente Kinyami nunca se burlaría de ella, no mientras la arrastrara a su lado de esa forma.
—Kinyami…
—¿Qué ocurre Maeko-chan?—volteó aminorando el paso.
—… Yo… ¿podrías mostrarme de nuevo ese movimiento que tu ‘mamá’ acaba de enseñarte?—pidió tímidamente.
La peli plata rió divertida y poco después asintió con un dulce sonidito.
El rostro de Maeko se iluminó. Si algún día llegara a ser la mitad de buena que ella sería todo un logro.
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La sombra del cerezo era agradable. Aunque invierno, el sol no cedía. Dio otro mordisco al emparedado sin dejar de pensar en la clase de historia. Cerró los ojos recordando la expresión de la piel canela en ese momento. Rayos, era extraño. Se supone que ya lo había dejado atrás. Estaba segura que no era porque se estuviese riendo a sus espalas… pero aun así, estaba ese algo que no la dejaba en paz. Un destello de lucidez asomó en su mirada. ¿Y si le ocultaba algo? ¿Algo en verdad súper secreto? ¿O peligroso y genial? Lo negó pasados unos segundos.
Mmm, tal vez pensaba demasiado. Mordió de nuevo el pan.
Sí, seguramente. No es como si Kinyami supiera algo súper secreto, peligroso y genial. No, claro que no.
Sonrió risueña antes de darle otro mordisco al emparedado de jamón.
—Tu ‘mamá’ dijo que no, ¿verdad?
La rubia tosió un par de veces, tratando de hacer pasar la comida por su garganta. Su rostro un tanto azul comenzó a recuperar su tono natural luego de unos pocos segundos.
—Lo sabía.—aseguró antes de probar su bentō.
Maeko por vez primera le lanzó una mirada digna de un Uchiha con toda la intención de hacerla arder en llamas negras.
Tosió nuevamente antes de tranquilizarse y se recargó contra el enorme árbol.
—… la próxima vez lo convenceré—dijo al tiempo en que limpiaba su cara con el dorso de la mano. Hizo una pausa y respiró hondo llenando sus pulmones—. No entiendo por qué razón papá no me deja ir a tu casa.
Kinyami sonrió entrecerrando su mirada. El dije en su cuello brilló con la luz del sol.
—Quién sabe…
La pelota de los niños que jugaban a unos metros de distancia de ellas, rodó hasta los pies de la chica de largo vestido. Uno de los pequeños se acercó deprisa.
—Lo siento—dijo mirando con una gran sonrisa boba a Kinyami—, ¿estás bien? Mi nombre es…
—¡Oi! ¡Ichiro, regresa!—gritaron los demás.
Maeko no dijo nada mientras el niño se lucía frente a la despistada seguidora de Jashin. Unos minutos después de eso y pronto se unió otro admirador, luego otro, otro y otro más. Se sintió ignorada y pequeña. Tocó discretamente su cabello. ¿Era por que su cabello era corto? ¿O por qué sus ojos carecían de un llamativo color?
¿Por qué sólo a ella no le decían que también era bonita? Era una chica a fin de cuentas.
¡Splat! El fuerte sonido de un potente golpe penetró en los oídos de todos los presentes.
—¡Hyaaakk!
Justo en la espalda del tercer niño llamado Wataru, un balón de fútbol se estrelló a una velocidad impresionante.
—¡¿Quién fue?!—gritó aun afectado aguantando las lágrimas en tanto el resto chillaba como hombrecitos busca pleitos.
—… Mí culpa.—el inexpresivo tono y la estoica pose despertaron la envidia disfrazada de coraje en el resto.
La estridente risa logró escapar de Kinyami, como un malsano deleite ante lo ocurrido, dejando perplejos al club de fans.
—¡Tan divertido, tan divertido!—pronunció entre perturbadoras risas—¡Una vez más Shizuko-kun, una vez más!
La peculiar risa contagió poco a poco a Maeko. Su risa, menos fuerte y dulce llamó la atención del azabache. Su lindo rostro parecía el de una muñeca de porcelana. Bufó cuidando de no ser escuchado. Tal vez no tenía ese tono psyco, ni la mirada carente de juicio. No obstante, estaba casi seguro, que existía algo en ella que resultaba… incluso más siniestro que el amor que profesaba la hija de esos aterradores hombres, hacia ese extraño colgante. Soltó un chasquido dándole la espalda al resto antes de alejarse a paso lento. Maldición, aun cuando lo negara a tan corta edad, ¿por qué siempre eran niñas con ese patrón?*
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El timbre sonó y los pasillos se llenaron de bullicio. Al fin el día en la academia terminaba. Kinyami fue de las últimas en salir del aula, argumentando tenía que terminar el retrato del señor bump-bump chan y ella para dárselo como regalo a su padre. Maeko no insistió y salió fuera del lugar.
En un descuido de uno de los profesores entró rápidamente al salón contiguo. Hoy era el día, se dijo ocultándose dentro del armario. Ahora sólo quedaba esperar.
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Corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, cuidando de no ser vista por nadie entró con sigilo a la biblioteca. Había pasado alrededor de una hora desde que las clases finalizaron, sin embargo, nunca estaba de más ser precavida. Abrió la puerta lentamente y echó un vistazo al interior. Perfecto, no había nadie. Ahora podría ir directo por su objetivo.
—¡Te encontré!—gesticuló en voz baja.
Ahí estaba. Justo en el mismo sitio que recordaba. Sus ojos brillaron al tomarlo entre sus pequeñas manos. Sonrió emocionada. El libro con el sello del Kage. ¡Y dentro las fotos de papá y padre! La tapa vieja y desgastada, los colores opacos, ¡no podía soportarlo más, era demasiado tentador! Antes de poder siquiera hojearlo de nuevo, escuchó pasos y de inmediato lo ocultó entre sus útiles. Ésta vez lo lograría, así tuviera que tomarlo prestado por unos días, definitivamente lograría leerlo por completo. Se apresuró a salir de esa sección situándose en la de literatura.
—¿Quién está ahí?
Echó un vistazo, reconociendo al hombre en la entrada. Agradeció no fuera ese otro extraño profesor, Zu-sensei, que a su edad era todo un especialista en el análisis de personalidad. Sonrió con cierta arrogancia. Claro, exceptuando a sus padres, Zu-sensei podía hacer uso de su habilidad en cualquier otro shinobi.
—Soy yo, sensei.—habló tímidamente asomando medio cuerpo por entre los estantes.
—Maeko-chan, deberías estar en casa ya—dijo el sensei de canoso aspecto mientras la invitaba a acercarse—. La bibliotecaria se ha ido. Si querías un libro tendrá que ser mañana.
Ella sonrió en respuesta antes de caminar hacia la salida.
Una vez puso un pie fuera del edificio sintió temblar de la emoción. ¡Lo tenía! Ahora sólo: ir a casa, encerrarse en la ducha y leerlo. Un sin fin de preguntas llegaron a su cabeza, haciendo a un lado todo pensamiento sobre la última guerra ninja. ¿Por qué había un libro con el sello del kage con fotos de sus padres? Rió divertida. Quizás habían estado al servicio personal de él o anbus de súper elite o tal vez prospectos a kage o quizás, ¡o quizás por el uniforme de nubecitas habían formado parte de una rama especial–secreta!
Desde la ventana de la biblioteca, el hombre de canas sonrió antes de verse envuelto por una estela de humo blanco. La puerta se abrió inesperadamente dejando a la vista a la profesora Ritsuko, cuyo semblante se hallaba, bueno…
—¡Zu-sensei!—rugió furiosa—¡¿Quiere dejar de llenar sus reportes de misión con indecencias?!
El joven hombre sonrió divertido al ver como la mujer agitaba las hojas.
—¡Ah!—exclamó sorpresivamente feliz—, así que ahí anoté el resumen del por…
—¡TENGA UN POCO DE MORAL!
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—¡¿Dónde te habías metido, uhn?!
Maeko apretó los ojos al escuchar el sermón de Deidara.
—Senpai no sea tan duro. Seguramente estaba estudiando en la ‘biblioteca’.
La heredera del sharingan dio un respingo girándose hacia su padre, quien la miraba con cierta complicidad. El artista guardó silencio viendo en otro dirección.
—Ve a tu habitación, uhn.—ordenó con tono sombrío.
Madara aprovecho a gastar una broma para aminorar la tensión en el ambiente.
—… Igual a una madre—paró de limpiar los kunais y recargó su mentón sobre la palma izquierda—. ¿Sabes? Deberías comenzar a adoptar la maravillosa costumbre de tu amiga Kinyami.
—¡¿Eh?! ¿Decapitar a mis muñecas?
Deidara ni siquiera rió, estaba demasiado ocupado fulminando al mayor de los Uchihas con la mirada. El azabache por su parte pasó monumentalmente del rubio mientras reprimía la risa.
—Obedece a tu madre y ve a tu habitación.
—¿Q-qué? ¡¿A quién le llamas madre, uhn?!
La pequeña huyó de la sala. Ya sabía cómo terminarían las cosas. Pese a que no habrían explosiones, el temperamento de su ma--papá, era muy similar a una bomba. Subió las escaleras saltando. La voz del rubio se escuchó hasta la mitad, aquello le pareció inusual y se detuvo. Retrocedió un escalón. No había gritos. Qué extraño. Demasiado silencio cuando por lo general… una idea cruzó por su mente y luego un tenue rosa abordó sus mejillas.
A menos claro que padre…
—Será mejor que me de prisa.—murmuró reanudando el paso. Cuando llegó al final se sintió sedienta. Había olvidado beber algo antes de volver a casa. Volteó hacia atrás. Aun reinaba el silencio, ¿sería prudente bajar a la cocina por un vaso de leche? En el caso de que su padre procediera a la táctica del romanticismo, o ya lo estuviese llevando a cabo… tragó en seco. Un vaso de leche no era rival contra las consecuencias. Menos si quien le haría pagar era su padre.
Una gota de frío sudor se deslizó por su rostro.
[Padre…]
… pero en el refrigerador había leche de fresa.
[Leche de fresa…]
Miró con determinación escaleras a bajo.
Sería rápida. Además no haría ruido y así no interrumpiría nada de lo que sea que estuviesen haciendo. Sintió un nudo en el estómago. Pero como hija era normal que sintiera alegría por ver a mamá y padre siendo cariñosos entre ellos. Sacudió la cabeza negando. No, basta. O dudaba y terminaba yendo a la habitación o se concentraba únicamente en el recorrido lleno de cautela para ir por la leche y regresar.
Realmente tenía sed. Tanta, tanta sed.
Su vista se clavó de nuevo en la escalera.
Lanzó un largo suspiro. Había que afrontar la realidad. Era imposible bajar y no salir ilesa. Punto.
Resignada dio media vuelta encaminándose a su habitación casi arrastrando los pies. De acuerdo, leería el libro con la garganta reseca. Tama maulló alcanzándola antes de restregarse en sus piernas y entorpecer su paso.
Deslizó la puerta de su alcoba permitiendo la entrada a Tama que no dudo en subir a la cama. La cerró tras de sí dejando caer la mochila sin cuidado alguno. Frente a ella el enorme espejo adornado con listones y un par de fotografías de sus padres le mostró a una niña rubia de complexión delgada y grandes ojos negros. Miró más fijamente su reflejo. Simplemente la chiquilla de allí no podía ser ella. Alguien de baja estatura, nada habilidosa... nada bonita. Cerró los ojos y la imagen de Kinyami apareció.
[Si fuera al menos un poco como ella… papá y padre estarían tan orgullosos de mí.]
No importaba cuanto se esforzara en el arte de su madre. Ni lo duro que entrenara para despertar el sharingan. No mejoraba ni un poco, nada. Y no lo entendía, ¿por qué?
¿Qué había de malo en ella?
Tama maulló.
—Hey Tama—con dulce voz comenzó a hablar con el felino. Tomó asiento en el suelo justo a lado de la mochila—… ¿crees que estoy defectuosa? Lo intento y lo intento pero es como si faltara algo—sus ojos se humedecieron—, más bien como si yo no… como si no pudiera abrir esa pequeña puerta, aquí adentro—explicó señalando su cabeza—¿lo entiendes?
El gato maulló de nuevo bajando de la cama y fue hasta donde ella, afilándose las garras en la maleta de la rubia.
Maeko limpió sus lágrimas con el antebrazo arrebatándole la mochila.
—No seas grosero Tama-chan… el señor bump-bump chan jamás lo haría.
Ronroneó y maulló como si en verdad entendiera. Abajo, en la sala, Deidara servía un poco de leche a un impaciente gato negro.
Posó su vista en sus libros. Ritsuko-sensei había dejado un pequeño cuestionario sobre las armas indispensables para un ninja. Pasó de la tarea y sin mucho interés sacó ese libro prestado. Seguramente hablaba sobre ninjas de elite, ¿cómo no lo pensó antes? Tendría alguna que otra buena descripción sobre sus padres y ya. Su estado de ánimo se veía afectado siempre que miraba un tanto a fondo sus habilidades.
—¿Ahora qué?—Tama empujaba con su cabeza la contraportada del delgado libro, casi como si intentara abrirlo. La niña lo entendió y le acarició las orejas—De acuerdo, vamos a leer.
—Bingo… libro de… ¿bingo?—enarcó una ceja. ¿Qué tipo de título era ese? Sin cuestionarse otra cosa procedió a abrirlo. Los amarillos orbes de su mascota dieron la impresión de brillar. Maeko frunció el ceño esta vez no entendiendo por qué razón el índice estaba compuesto por nombres en los cuales, cada uno llevaba cierto numero de kunais. El último nombre era el de su padre y contaba con cinco. Fuera de él nadie más. El nombre de Deidara también estaba ahí y su puntuación –dedujo- era de apenas dos. Pero… ¿puntuación de qué era?
Pasó la hoja, encontrándose con una no muy larga descripción y al final de ésta la fotografía de…
—¡Ah, Tama! Es la mamá de Kinyami—miró más detenidamente—… su ropa también tiene pequeñas nubes rojas.
Volvió la vista hasta el principio de la lectura sonriendo ampliamente, no podía creerlo, sus padres y los de Kinyami habían trabajado en el mismo equipo.
—Veamos… Hidan. Así que ese es su nombre—soltó una risita al imaginarse vistiendo el mismo uniforme—. Mira Tama, esta persona es la mamá de Kinyami. ¿Sabes? Ella también tiene dos papás como yo—su rostro dibujó una nueva sonrisa—. Pero basta de charla, necesito saber si realizó alguna misión con papá y padre. ¡Seguro que estaban al servicio de alguien muy, muy importante!
Palabra tras palabras, línea tras línea. Maeko sonrió con dificultad, incrédula ante lo mínimo leído. Una palabra que resultaba difícil de asimilar, dos, tres, cuatro e iban en aumento.Todo comienzó a cobrar sentido. Imposible. Con manos temblorosas pasó a la siguiente hoja. Imposible.
“Renegado” “Asesino” “Criminal” “Nubes rojas”… “Akatsuki”
No, no, no, ¡No! Debía haber un error. Desesperada comenzó a pasar las páginas. Rostros que conocía comenzaron a desfilar frente a sus trémulos ojos. Pronto la imagen del rubio apareció sonriendo felizmente.
Acercó un poco más la lectura.
—Dei…dara… rango S… renegado—su voz temblorosa dio una triste entonación a las palabras—… cri-criminal…
Tama la miró ladeando su cabeza y suavemente maulló. Cambió la página. En la última se hallaba su padre. El rostro cubierto con aquella máscara que encontró en el sótano, la de color naranja con una sola abertura y diseño en espiral. Apretó con fuerza sus manos que aun sostenían aquel libro. No fueron más allá de seis segundos y la pequeña lo cerró e inesperadamente lo volvió a abrir, justo en la misma página.
Debía ser fuerte. Fuerte, pensó.
[Ser fuerte…]
Cada palabra se infiltró dentro de ella. La descripción. La pequeña historia. Igual que una esponja, absorbió el contenido.
—Fundador… Akatsuki…
Akatsuki.
Akatasuki fue la organización que declaró la guerra. La misma que su padre… fundó: Uchiha Madara. El fundador del clan, el fundador de Akatsuki, quien dio inició a la cuarta guerra shinobi.
[Ser fuerte…]
Sus labios se separaron en un intento por continuar leyendo en voz alta. Sin embargo, de algún modo no sentía ya la necesidad. La sorpresa que antes la había devorado y atrapado la boca de un lobo se desvanecía a pasos agigantados, volviendo todo más digerible.
La última línea llamó su completa atención. El pequeño gato a su lado ronroneó. Eso de ahí era una vil mentira…
—“Todos muertos”—citó sombría—… todos, ¿uh?
Volteó hacia Tama con semblante inexpresivo.
… o una perfecta actuación.
[… fuerte…]
—Yo… soy hija de criminales.
Sus labios, poco a poco se curvaron hasta formar una siniestra sonrisa. Y la risa, suave, repleta del más puro sentimiento de malicia llegó hasta el último rincón del cuarto.
—¡Hija del shinobi más poderoso de todos los tiempos!—sujetó su estómago sin parar de reír—, ¿puedes creerlo? ¡Criminales rango S!
Se dobló hacia el frente derramando unas cuantas lágrimas. Hija de ellos dos. De un demente artista, un ex terrorista que atentó sin remordimiento alguno contra su aldea. Rango S. Criminales renegados de sus villas. Asesinos que jamás se tocarían el corazón. ¡Y ahora estaban juntos y con una niña! Cayó de lado al no poder soportar la ironía riendo histéricamente.
Oh, y su padre. Era casi…
La risa paró abruptamente.
—Tama…
Se incorporó de inmediato buscando entre sus libros de texto el de historia. La primera guerra, segunda tercera y cuarta. Desde entonces, todo ese tiempo… ¡¿su padre había vivido todo eso?!
Tomó de nuevo el libro de bingo y una a una fue leyendo las hojas. Cada uno de los nombres fueron memorizados, cada habilidad descrita, cada rostro.
—Akatsuki—esbozó otra sonrisa y cerró los ojos—… padre.
Como una puerta que ha sido abierta, la luz la deslumbró.
[… tan brillante.]
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—¡Ahg!—soltó una especie de bufido deshaciéndose de las brillantes cintas. No lo quería, nada de eso. No los quería más. Arrancó los listones alrededor del espejo, dejando únicamente las fotografías. Sacó de los cajones de su escritorio cada dibujo, tiró el diario al cesto de la basura, el pequeño perfume con aroma a melón, el moño que solía usar y todo rastro que hiciera alusión a la niña tonta y débil que dejaba atrás.
Ella sería mejor que Kinyami. Nadie la superaría. ¡Nadie! Ni en el ninjutsu, ni el taijutsu, mucho menos en genjutsu. Sí, el sharingan, lo despertaría así tuviera que pasar noches enteras sin dormir. Y en cuanto a los explosivos, incluso si no las tenía en sus manos*, desarrollaría la destreza para ser más rápida creándolas.
Abrió el guardarropa e irritada por el dulce color rosa arrebató el vestido y lo arrojó al suelo. No más, nunca más. La chaqueta con estampados de mariposas corrió la misma suerte. Necesitaba una nueva imagen, su propia imagen. No pretendería ser alguien más. Sería ella y sólo ella.
Lentamente caminó hasta el espejo y le sonrió. Su cabello rubio, sus ojos negros, su rostro entero, ella. ¿Cómo no había notado antes lo magnifica que era?
—¿No es preciosa?—habló apoyando su rostro contra la fría superficie—Maeko es tan… tan perfecta.
Escuchó pasos acercarse y la puerta fue abierta. Maeko sonrió casi extasiada y de inmediato corrió hacia el ojiazul. Lo abrazó con todas sus fuerzas, oliendo el delicado aroma a manzanilla que emanaba su cuerpo. Comenzó a temblar, la sensación de regodeo se esparció por todo su ser.
—Maeko, tú…
—Gracias—murmuró antes de mirarle llena de satisfacción. Deidara tuvo un sobresalto. Ella, justo en ese instante, era tan parecida a… mordió su labio. Oh, vamos, por una vez en la vida ¿podría al menos su hija parecerse a él? La pequeña subió ambas manos hasta rozar el rubio cabello del artista—Seré la mejor, ¡lo prometo! ¿Sabes por qué? ¡Porque soy TU hija!—amplió la sonrisa dándole un ligero aire tétrico—¡Y padre es Uchiha Madara! ¡¿No es maravilloso?!
Deidara no sabía cual era la mejor forma para reaccionar. Por una parte estaba realmente sorprendido ante como la niña había tomado las cosas, por otro, sentía la necesidad de hacer estallar el lugar e ir en busca de Madara. Así no debían resultar las cosas, al menos no se habían dado como imaginó. No estaba calmada, ni haciendo preguntas, tampoco se encontraba triste. Actuaba como si en verdad amara lo que recién descubrió. ¡Y eso definitivamente no estaba bien!
Maeko liberó al rubio y casi a gritos preguntó:
—¡¿Padre fue, verdad?! ¡El que declaró la guerra! ¡¿Fue él verdad, verdad?!
Deidara sonrió forzadamente acariciando su dorada cabeza. Tanta emoción por ese asunto resultaba… no, su hija no podía estar orgullosa de ellos por ese pasado enfermizo. No, no podía ser cierto.
Por favor… no…
Hubo un poof y la cama rechinó apenas.
—Exacto.
La voz de Madara acarició con dulzura los oídos de la pequeña.
—¡Padre!—soltó en un agudo grito antes de arrojarse a sus brazos.
El Uchiha sonrió fascinado enredando sus dedos en la brillante cabellera rubia. Maeko no olía como Deidara, tampoco había heredado su carácter.
Pero…
—Y sobre la respuesta a esas dudas en la clase…
Maeko lo miró desconcertada. Él sonrió de esa forma tan encantadora haciendo turbar a Deidara y con lentitud murmuró en su oído, develando uno de los grandes misterios del mundo shinobi.
—¡Kyaaa!—Maeko se aferró con fuerza su cuello restregando su rostro contra la mejilla del azabache—¡Qué romántico!
—¡¿Qué demonios acabas de decirle, uhn?!
Madara sonrió haciendo un guiño.
—¡Maeko alejate de inmediato de ese hombre, uhn!
—Papá es tan tsundere, ¿eh~?
—¡Maeko, uhn!
Fin..-.-.-.-.-.-.-
Notas de la autora: Awww, que mal, esta vez no habrá un bonous
En el primer (*) Deidara se refiere al hecho de que aceptó el sharingan unicamente por Mada, vamos, el poder del amor todo lo puede.
El otro es por revelarle a Maeko lo del pasado de ambos por medio del libro ese.
El sigueinte creo que es sobre Shizuko (oh sí) y es sobre el tipo de niñas que le gustan. Oh, pobre chico, siempre son las raras desquiciadas xD.
El que sigue es sobre el hecho de que Maeko no heredó la linea de Deidara. Es decir, sus manos son normales xD
Y sí, Madara es Tama, porque la verdadera bola de pelos estaba abajo con Deidara.
Y como nota adicional, Maeko es una Uchiha, así que por eso estuvo medio emo y bueno es una niña de seis años, su humor cambian fácilmente. Dale un dulce a un niño que llora, en menos de tres segundos estará riendo como un desquiciado pidiéndote más.
Y sí, tengo sueño y no se que escribí aquí.